Hace unos días, mi hijo mayor tuvo su fiesta de graduación. Compartimos la experiencia junto con mi esposa y participamos de lo que los jóvenes denominan «la previa». El padre de uno de los amigos de mi hijo invitó a varios de los egresados y sus padres a su casa para un agasajo antes de la celebración oficial. Allí comprendí que, graduarse es para los jóvenes, una maratón de fiestas: se celebra antes, durante y después de colocarse la toga y recibir el diploma. Es comprensible: graduarse del secundario es un hito importante y debe festejarse en grande.
Difruté de ver a mi hijo y sus compañeros exudando alegría y también me emocionó notar que, nosotros, los padres, estábamos henchidos de orgullo. Sin embargo, al día siguiente, mi hijo nos contó acerca de un incidente que se produjo en la recepción de la noche previa. Casi treinta de sus compañeros fueron sancionados. Algunos ni siquiera pudieron participar de la fiesta. El motivo: estaban alcoholizados. Lamentablemente, hicieron oídos sordos a las miles de advertencias de las autoridades del colegio que avisaron que todo aquel que estuviera ebrio o siquiera oliera a alcohol, sería expulsado o sancionado. Y eso, precisamente, fue lo que ocurrió: llamaron a treinta padres para que pasaran a retirar a treinta hijos.
Muchos de los jóvenes ni siquiera estaban avergonzados por lo ocurrido. es más, algunos creen que ser echados fue algo «cool». Pero, los directivos de la escuela estaban visiblemente avergonzados y decepcionados ante este comportamiento. Sospecho que la mayoría de los padres también lo estaría. Este tipo de conducta no sorprende demasiado. Después de todo, los adolescentes seguirán siendo adolescentes. Sólo espero que hayan aprendido la lección acerca de cómo manejarse con el alcohol. Si aprenden a controlarlo de jóvenes, sabrán hacerlo por el resto de sus vidas. Cierto es que muchos jamás aprenden la lección.
Por mi trabajo, asisto a todo tipo de eventos corporativos y sociales. En todos se bebe alcohol e incluso, la empresa organizadora paga por el servicio de barra libre. La mayoría de los líderes que asisten sabe comportarse; otros no tienen límite.
Hace unos años, asistí a una convención de tres días con sesenta líderes de una empresa cliente. En la primer noche, luego de la cena, invitaron a los participantes a otra sala en la que las cosas se descontrolaron, por así decirlo. Uno de los líderes (el más serio), se puso a bailar sobre una mesa, otros simulaban bailes de strip tease. Todo era risas y diversión pero, unas pocas semanas después, se convirtió en lamento. Este comportamiento inadecuado no pasó inadvertido ante los ojos de los altos directivos de la empresa. Todos esos empleados «danzarines», fueron despedidos.
Las indiscreciones producidas por el alcohol no tienen por qué llegar a extremos para ser destructivas. A veces, hasta un pequeño exabrupto puede perjudicar y mucho. ¿Cuántas veces hemos visto jefes a los que, en un brindis empresarial, se les escapa un rumor malicioso sobre un empleado? Es cierto, el alcohol borra las inhibiciones; muchos ni siquiera se dan cuenta de que se perjudican a sí mismos y a la empresa de la que son parte. Pero, hay que ser cautos. Las charlas en las que puede soltarse información confidencial o financiera pueden ser extremadamente dañinas y sus consecuencias tienen impacto negativo.
Las indiscreciones a causa de la bebida han hecho caer compañías enteras. Tal fue el caso de CTPartners de New York: el comportamiento inadecuado de su CEO (y otros altos ejecutivos) que se desvistieron durante una celebración empresarial, generaron despidos e incluso demandas por acoso sexual. El escándalo fue tal que dejó a la firma al borde de la quiebra y la empresa fue adquirida por su mayor competidor.
Cabe destacar que no escribo esto desde una postura moralista; o para subrayar la obviedad de que el alcohol hace mal. Lo que quiero decir es que, como líderes, jamás debemos perder de vista la responsabilidad y la investidura que tenemos, incluso cuando participamos de un evento social por fuera de la organización.
Los treinta egresados que se hicieron echar de su propia fiesta de graduación; no midieron las consecuencias. No se dieron cuenta de que no tenían edad legal para beber, ni mucho menos que estaban representando a su escuela y su comunidad, motivo por el cual los directivos estaban tan indignados. Lo mismo ocurre con los líderes: todos son embajadores de sus empresas. Todos deberíamos (me incluyo), ser conscientes de cómo nos comportamos socialmente y saber si corremos el riesgo de avergonzarnos, perjudicar a algún colega o incluso, poner en jaque la credibilidad y reputación de nuestra compañía. Brindis si, exceso, no.
En el GutCheck de esta semana preguntamos: ¿Pierdes el control cuando bebes?
Vince Molinaro – Global Managing Director, Líder de Estrategias para Lee Hecht Harrison.
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