La capacidad empática está en boca de todos, y le han empezado a reconocer como una «habilidad soft«, imprescindible en los líderes y miembros de un equipo.
Se trata de valorar la diversidad, no discriminar al que piensa distinto, ser capaz de ponerse en el lugar del otro, comprender y acompañar emocionalmente.
Pero, ¿es posible ser empático «por decreto»?. Si no sabemos cómo reconocer y «encender» la empatía, terminamos creyendo que se trata de una acción voluntaria de tolerancia y consideración. Es así como pasamos a intentar manejarla desde consignas y listas de actitudes forzadas.
Un buen ejemplo es el de un pequeño «manual de la empatía» que circula por diferentes hospitales de los Estados Unidos y que contiene ciertos despropósitos, como «los siete pasos para comunicar una mala noticia a un paciente».
La empatía forzada genera en la otra persona la sensación de hipocresía y de no estar siendo totalmente comprendido, y además produce en quien la practica un fuerte agotamiento emocional y un deterioro gradual de la personalidad.
La empatía pura es la capacidad de poner en suspenso las ideas preconcebidas para tratar de percibir al otro en sus emociones y su subjetividad.
Y esto no es algo que podamos lograr si estamos en alerta, atentos a cumplir una regla. Sólo se consigue esfumando los límites de la propia persona para permeabilizarnos a la percepción del otro.
Lo que conocemos como síndrome de «burn-out», que significa «estar quemado», es un tipo particular de estrés que ataca a personas que se ocupan de cuidar enfermos, educar niños, atender a personas emocionalmente demandantes y especialmente a quienes lideran equipos.
Notamos síntomas como el cansancio, la irritabilidad, la pérdida de sentido de la propia vida, cómo baja la autoestima, indiferencia y apatía.
Solemos creer que el «burn-out» es el saldo del exceso de trabajo y de responsabilidad. Pero hay chances que este malestar sea la consecuencia de intentar sostener una empatía forzada, a la vez que una exigencia permanente por sostener y contagiar entusiasmo y optimismo.
Es paradójico, ya que algo bastante similar terminan padeciendo los «expertos» en descubrir las debilidades del otro para aprender a manipularlo, generalmente para obtener poder.
Estas habilidades psicopáticas los ayudan a detectar los temores y necesidades de los otros y manipularlos a través del miedo o la seducción.
Es cierto que muchos de ellos tienen éxito en sus objetivos, y los recursos de la empatía con fines de dominación, desemboca en tener que vivir alterados, con ideas de persecución, miedo a ser atacados y desconfianza generalizada, inclusive hacia sus personas más próximas.
A esto se suma el miedo irracional a las enfermedades y a la muerte, y las crisis de pánico, causados por la vivencia de fragmentación que les produce disociarse para detectar lo que siente el otro sin comprometerse emocionalmente.
Por el contrario, abrir los canales empáticos exige conectarse con las propias limitaciones y el interés genuino de relacionarse y colaborar.
La empatía es abrirse a la red humana, que no está hecha de convenciones sociales, tráfico de influencias y contactos por conveniencia, sino de afinidades, complicidades emocionales y valores compartidos.
Fuente: IProfesional
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